Sobre mi práctica
Un acercamiento a mi práctica con una reflexión psicoanalítica:
Reflexión acerca de la relación entre el ser humano y la palabra.
Desde mucho tiempo se pensó que el psicoanálisis era algo así como una teoría pasada de moda, algo descubierto en la Viena de 1900 para una clase alta y que se traslado a otros lugares, casi como un acto de snobismo. También se cree que es una terapia larga y que estas obligado a hablar de tu infancia. Me he tenido que topar mucho con estos prejuicios.
En psicoanálisis se dice que la palabra cura. Sin embargo, no se trata de cualquier palabra, sino de una palabra que haga diferencia. Para que una intervención tenga un efecto terapéutico, debe ser una palabra otra: distinta, inesperada, capaz de producir una ruptura en el decir habitual del paciente.
El analista trabaja con el texto del paciente, no sólo escuchando lo que se dice, sino también aquello que se escapa, lo que queda entre líneas o fuera de lo explícito. Escucha lo que está más allá del discurso manifiesto, aquello que se dice sin decirse.
Es precisamente esa escucha la que permite devolver algo diferente, una palabra que resuene de otra manera en el sujeto, que lo confronte con su propio decir desde un ángulo nuevo.
¿Por qué hay que devolverle a la persona lo que ha dicho?: Muchas veces cuando hablamos, no nos escuchamos. Hay cosas que se escapan en nuestro discurso y que no nos damos cuenta.
La mirada del psicoanálisis es la del sujeto siendo hablado. Esto parece raro, pero me permite llamarles la atención sobre eso que llamamos “lapsus”. Ese acto en el que una persona quiere decir una cosa y dice otra. Esa palabra que aparece y que rápidamente la persona quiere tirar a la basura. Los analistas van a buscar esa palabra y la ponen a funcionar. Se instala una dimensión diferente del lenguaje. Es un lenguaje que nos precede.
Cuando una persona nace, las palabras ya lo están esperando. De hecho algunas ya están ahí y lo van acompañar durante toda su vida. Como por ejemplo, el nombre. Muchas veces para ese nombre ya se han jugado ciertos deseos. Los otros significativos ya ubican un lugar para ese infante. ¿Que pretenden de ese hijo, que quieren, que sueñan?. Viene a mi memoria el caso de Vincent Van Gogh. Van Gogh tenía un hermano que murió antes que él naciera. Y cuando él nació le pusieron el mismo nombre, Vincent. Su nombre lo convocaba a tomar el lugar de un muerto. Rápidamente la palabra lo soldó al padecimiento y a la muerte. Vincent se cortó una oreja primero, se suicidó después. Nunca pudo alejarse de la cercanía que su nombre lo había impulsado con la muerte.
Es decir, existimos mucho antes de existir. Un psicoanalista argentino, Jorge Beckerman, dice : “Existimos ya en los sueños de aquella niña que va a ser nuestra madre”. Esa es la característica del ser humano, llegar a un mundo de deseos y palabras. Y agrego: a un mundo de dolor. El dolor es inherente a la condición humana.
Mi deseo es poder brindar un espacio de confianza, del que las personas que vienen a verme puedan apropiarse para hablar de su dolor. Mi objetivo es causar el deseo de trabajar por y en uno mismo. Que a través de la palabra y la escucha analítica toquemos aquellos lugares que han quedado no esclarecidos, haciendo lugar al compromiso del analizante hacia una verdad que lo recorre.
¿A quién me dirijo? A esas personas que tal vez intentaron todo, y aún mantienen las mismas condiciones de padecimiento. También a personas que actualmente viven alguna situación particular, difícil de poder soportar, para poder hacer de ese momento un momento más tolerable a transitar.
No trabajo con la ilusión de extirpar para siempre el dolor de la gente que viene a verme. El dolor es inherente a la vida. Pero considero que gracias a una terapia podemos permitir que algunas personas transiten mejor su vida, que destraben algunas cosas que no les permiten caminar rumbo a sus objetivos. Podemos hacer que el dolor no se eternice en el tiempo.
Cada persona tiene algo por reconocer de sí, algo que no siempre resulta evidente ni accesible en el flujo habitual de la vida. Para que eso pueda emerger, se requiere un espacio de escucha y de conversación que se aparte de las coordenadas del habla cotidiana.
El psicoanálisis ofrece precisamente ese marco singular: un lugar donde lo dicho puede adquirir otro sentido, donde lo que se repite puede ser interrogado, y donde es posible, poco a poco, acercarse a eso que aún no se sabe que se sabe.
Estamos en un mundo de lenguaje, un lenguaje que nos habita y tiene efectos en nuestra vida. Por eso desde el Psicoanálisis pensamos que es posible sanar a través de la palabra.
¿Que tratamos en un análisis?
Ansiedad, respuestas sintomáticas, repeticiones
Angustia
Sufrimiento psíquico
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