Un psicoanálisis opera a través de la palabra y la escucha. Se trata de un proceso en el que el paciente habla, sin censura, y el analista escucha de una manera particular, atendiendo no solo a lo que se dice, sino también a los lapsus, los silencios, las repeticiones y los modos en que el discurso se articula.

El objetivo no es ofrecer consejos ni soluciones directas, sino provocar movimientos en la manera en que el paciente se relaciona con su propio decir. A través de la interpretación, el analista introduce cortes, preguntas o intervenciones que generan efectos en el discurso del paciente. Esto permite que ciertos significantes ocultos emerjan, que se cuestione aquello que parecía incuestionable y que el sujeto pueda reubicarse frente a su deseo.

En este proceso, se trabaja sobre los efectos que el discurso inconsciente ha tenido en la vida del paciente—esos patrones, modos de ver el mundo y formas de respuesta que ha incorporado sin darse cuenta. Al modificar este discurso, también se abren nuevas posibilidades de vivir y desear de un modo menos determinado por lo que se ha heredado o aprendido, y más cercano a una posición subjetiva propia.

En última instancia, un psicoanálisis opera facilitando un espacio donde el sujeto pueda encontrarse con aquello que lo determina, pero también con la posibilidad de introducir una diferencia, de hacer algo distinto con su historia y su manera de habitar el mundo.